La historia está llena de personas
sorprendentes; de gente por su valor y entrega hacen de este mundo un lugar un
poco mejor. Es el caso del doctor Korczak.
Este polaco de origen judío fue el director del orfanato de Varsovia durante la ocupación nazi. Era consciente de que todos los niños a los que cuidaba iban a ser conducidos a un campo de exterminio y tomó una decisión drástica. Pidió a los menores que se pusieran sus mejores vestidos, que cogieran sus juguetes favoritos y que fueran con la frente alta y el corazón alegre hacia uno de los llamados “trenes de la muerte”.
Este polaco de origen judío fue el director del orfanato de Varsovia durante la ocupación nazi. Era consciente de que todos los niños a los que cuidaba iban a ser conducidos a un campo de exterminio y tomó una decisión drástica. Pidió a los menores que se pusieran sus mejores vestidos, que cogieran sus juguetes favoritos y que fueran con la frente alta y el corazón alegre hacia uno de los llamados “trenes de la muerte”.
Les exigió, sin duda, un gran
sacrificio: que fueran capaces de soportar con entereza una de los peores
experiencias que puede vivir un ser humano. Pero no fue a cambio de nada. Él
pudo salvarse. Tenía amigos influyentes que le ofrecieron escapar de ese atroz
destino. No quiso. El viejo profesor entendió que si pedía tal esfuerzo a los
niños, no podía eludir su responsabilidad para con ellos. No sería justo
intentar zafarse de aquello que él pedía que se aceptara con valentía. El
doctor Korczak llevó hasta el final el compromiso que había adquirido con los
huérfanos y murió gaseado en el campo de Treblinka en 1942.